¿Realmente nos sienta mal la luz artificial?

dormir luzSegún un reciente estudio del Centro Médico de la Universidad de Leiden en Holanda, dejar una o varias bombillas encendidas durante la noche causa pérdida muscular, daños óseos propios de una osteoporosis precoz y una activación del sistema inmune que favorece los estados inflamatorios, y que es equivalente a la que se produce cuando nos invaden los microbios.

Estos efectos se deben a que dormir en una habitación iluminada altera los ritmos circadianos normales en el cerebro y no permiten que el núcleo supraquiasmático, donde reside el ‘reloj maestro’ corporal, siga su ‘tic-tac’ natural. La buena noticia para el 75% de la población mundial que se calcula que duerme expuesto a luz artificial es que estos efectos se revierten después de dos semanas descansando a oscuras.

No es la primera vez que se prueba la relación entre dormir en ausencia completa de luz y gozar de buena salud. El epidemiólogo Richard Stevens lleva tres décadas analizando qué enfermedades aumentan por el exceso de luz artificial nocturna, y asegura que cada vez son más las evidencias de que crece la incidencia de diabetes, depresión y varios tipos de cáncer, entre ellos el de mama y el de próstata.

De hecho, para este último se ha demostrado que los países en los que la exposición a la luz nocturna es alta, la incidencia de los tumores aumenta hasta un 80%. Los expertos lo atribuyen a que si no apagamos la luz no se produce melatonina ni se activa por completo el sistema inmune. De hecho, se sabe también que los efectos negativos sobre la producción de melatonina son mayores cuando la luz que usamos es una luz LED blanca.

Por otra parte, los michelines también lo notan: investigadores holandeses demostraron hace poco que el tejido adiposo marrón -la ‘grasa buena’, que al metabolizarse se convierte en calor- se inactiva cuando aumenta a la exposición de la luz artificial. Eso implica que a más luz menor gasto de energía corporal y mayor predisposición a la obesidad. Y todo porque las neuronas del reloj biológico cerebral, que normalmente mandan señales nerviosas a los centros de grasa para que las quemen, deja de funcionar cuando la luz no se apaga.

Otro detalle a tener en cuenta es que, independientemente de la hora, la luz a la que nos exponemos afecta incluso a cómo tomamos las decisiones cotidianas. En un entorno con una luz brillante, las emociones se intensifican, de modo que percibimos como horribles las palabras negativas y como fabulosas las positivas, además de encontrar más atractiva a una persona que, con una luz tenue, nos parecía simplemente resultona. En este contexto, nuestras decisiones tienden a ser más impulsivas.

Si la intensidad de la luz se reduce, nuestra percepción de todos los estímulos se suavizan también, y la reacción emocional ante ellos es más moderada, lo que favorece la toma racional de decisiones.

Visto en cienciaexplora.com

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